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Opinión: ¡Estás en las nubes!

El Director del Centro de Protección de Datos Personales de la Defensoría, Eduardo Peduto, reflexiona sobre el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación.

Esta expresión, ahora un tanto caída en desuso, equivalente a ¡estás en babia! era utilizada para referirse a personas que estaban ausentes de lo que pasaba a su alrededor o cuyas conductas no se ajustaban al principio de realidad.

Pues bien, algo de esto nos está sucediendo en la actualidad. Efectivamente, este clima de época -atravesado y hegemonizado por las nuevas y vertiginosas TIC’s  (Tecnologías de Información y Comunicación) posee como una de sus manifestaciones un movimiento combinado de tergiversación en el lenguaje que intenta describir o caracterizar estos nuevos fenómenos tecnológicos. Esta tergiversación se caracteriza por utilizar eufemismos para ocultar cuestiones que pueden despertar sensaciones negativas y, en otros casos, la aplicación forzada -no pocas veces aviesa- de términos, conceptos o categorías provenientes de otros campos del conocimiento.

Las presentes líneas no pretenden ser exhaustivas en este plano pero sí detenernos sobre aquellas voces que mayor difusión y penetración han adquirido.

Comenzaremos por aquella que da título a estas reflexiones: la nube. Se busca resumir con este término los diferentes recursos tecnológicos que ofrece Internet y que, para el usuario común, se transforma en la posibilidad –principalmente- de almacenar documentos escritos, videos o fotografías que puedan superar la capacidad de memoria que tenga el hardware (celular, pc, notebook, netbook, tablet, etc.) del que somos propietarios o usuarios. Tras este nombre simpático que remite a algo que produce la naturaleza -LA NUBE- se encubre algo mucho más concreto y material: todo ese bagaje documental personal pasa a formar parte de un banco de datos que queda alojado y registrado en servidores que la almacenan. Pues bien, es sabido que la abrumadora mayoría de los 13 root-servers que existen en el mundo se encuentran localizados en los Estados Unidos (8 de manera exclusiva y 4 compartidos). Esto le otorga a este país un férreo control sobre la circulación de información a través de las nuevas TIC’s.

Circunstancia de por sí inquietante pero más aún si la analizamos a través de la sanción en 2001 de la denominada Patriotic Act (Ley Patriota) tras el atentado a las Torres Gemelas. Por imperio de esta ley -duramente criticada por diversos organismos y organizaciones de derechos humanos- se han visto restringidas las libertades y garantías constitucionales tanto para los estadounidenses como para los extranjeros. La sentencia emitida en octubre de 2015 por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (ver Maximillian Schrems vs. Facebook) da cuenta del cercenamiento de estas libertades y garantías y la vulneración de la privacidad e intimidad de las personas.

Algo parecido, aunque los efectos sean de naturaleza diferente, podemos afirmar frente al uso de la expresión redes sociales. No sólo porque no refleja la esencia de estas redes sino que oculta a las auténticas redes sociales. Una red social es una estructura compuesta por una serie de actores concretos de carne y hueso que actúan en base a un objetivo en común. También puede hallarse referida a la trama que conforman distintas organizaciones sociales que tienen un objetivo similar (sociedades de fomento, organismos de derechos humanos, organizaciones gremiales, etc.) En síntesis: personas u organizaciones que se conocen entre sí, que se reúnen regularmente, que tienen un programa a cumplir y trazan líneas de acción.

Por el contrario, cuando se utiliza la expresión redes sociales para referirse a meras redes de intercomunicación estamos distorsionando de forma malicios a la categoría red social. Toda vez que estas formas de intercomunicación están constituidas por sujetos sin ningún lazo entre sí que no sea compartir una tecnología y que no pocas veces encubren su verdadera identidad tras seudónimos o actúan de manera encubierta simulando independencia (trolls). Distinto, por supuesto, es el caso de redes sociales concretas que utilizan las nuevas TIC’s para expandir su accionar o ampliar el radio de difusión.

Pasemos a otro plano. Ahí nos encontraremos con un nuevo tipo social: la Ciudadanía Digital. Tipo que, lamentablemente, están utilizando varios organismos oficiales. Bajo el paraguas de la economía de lenguaje y el efectismo nos enfrentamos a una insidiosa alteración de sentido. Porque, usando la misma lógica que dio origen a la expresión, la contraparte de la ciudadanía digital es la ciudadanía analógica. Mayor deformación del concepto de ciudadanía imposible. Ciudadanía hay una sola: la de cada uno de los seres humanos que se expresa en todos los campos de actividad en los que se hallan inmersos.

Más aún si consideramos que en la actualidad, derivado de la aplicación de categorías de las ciencias sociales, se ha ido imponiendo la noción de ciudadanía ampliada. De características similares es otra segmentación, inspirada en la misma lógica: Nativos digitales vs. Inmigrantes digitales. La primer categoría se refiere a todos los seres humanos que nacieron bajo el imperio de las nuevas TIC’s y, por ende, sólo conocieron un mundo en el que ya existía una tecnología digital bastante desarrollada. Por su parte, la noción de inmigrantes, se aplica a todos aquellos nacidos con anterioridad a 1980, fecha arbitraria que se establece como cambio de paradigma. Hasta ahí la fría segmentación mencionada. Pero, ¿quién es el gestor de esta singular estratificación social? Se trata de: Marc Prensky, escritor y conferencista estadounidense centrado en temas de educación.

En su condición de tal no podemos dejar de pensar en que, al menos, debería haber reparado en el impacto negativo que causaría esta clasificación en el imaginario de la sociedad estadounidense. Más aún si consideramos que es esta sociedad la que ha impuesto el concepto de NIC’s (nacidos y criados en Estados Unidos) como atributo de valor para diferenciarlos de los inmigrantes. Y, por ende, tampoco debería haber ignorado el sentido peyorativo y estigmatizante que le asigna al vocablo inmigrante un importante segmento de esa sociedad. No en vano, uno de los máximos exponentes de esta visión xenófoba y discriminadora, es hoy un candidato a presidente de la república que supera el 40% de adhesión del electorado.

Esta polarización aviesa nos obliga a formular una aclaración. Nuestra postura en torno a la inmigración –de la cual nuestro país es un exponente paradigmático – es la legitimidad que tienen los integrantes de cualquier pueblo a moverse libremente por el orbe y a buscar o recuperar su dignidad en la sociedad que elijan para vivir. Resulta irónico, por ser piadosos, que quienes promueven las políticas más restrictivas y retrógradas al respecto sean los fundamentalistas de la libre circulación de bienes.

Efectuada esta aclaración que consideramos, desde nuestra escala axiológica, fundamental no podemos menos que señalar que, en los dos últimos casos analizados, podemos resaltar que comparten el rasgo común de aplicar una lógica binaria -sistema utilizado por la informática basado en el 1 y el 0- para tipificar a las sociedades actuales.

Efectuada esta rápida recorrida a mano alzada sobre parte del léxico que se utiliza en el mundo digital no pueden caber dudas sobre la deformada escala axiológica que generan en el imaginario social esta repetición y multiplicación acrítica de términos de dudosa legitimidad.

Se podrá sostener que ésta es una visión sesgada e incompleta. Seguramente habrá algo de razón en quienes lo afirmen pero, a la vez, se verán obligados a reflexionar sobre lo aquí planteado. Especialmente, a nuestro juicio, si reparan en lo que desarrollamos a continuación. 

Nos referimos concretamente a esa otra frase contundente y sin dudas inspirada en las reglas del marketing: el Internet de las Cosas. Detengámonos un ins tante en la sentencia: ¡el Internet de las Cosas! Es como si los objetos, por obra y arte de una Palas Atenea rediviva, adquirieran el carácter de ente o de ser animado.

De aquí a la fetichización hay sólo un paso. Pensemos sino en lo que Carlos Marx definió hace 150 años como el fetichismo de la mercancía. Así sintetizaba el proceso capitalista por el que las cosas, en ejercicio de una aparente voluntad independiente de quienes las producían, se vinculaban entre sí.

Podríamos ir más allá si aplicamos el juego del espejo en relación a nosotros como sujetos sometidos al riesgo de ser presos del proceso inverso: el de cosificación. De tal forma podemos calificar al proceso por el que de la ilusoria categoría de ciudadanos libres pasamos a ser un producto. Atributo del que estamos revestidos toda vez que la esencia de nuestro perfil se construye en torno a nuestra capacidad de consumir y no de ser.

Volvamos entonces al comienzo, dejando en claro previamente que todo lo antedicho no obedece a una visión contraria al desarrollo de las TIC’s de las que, por otro lado, somos activos usuarios. Las advertencias y reflexiones que hemos formulado encuentran su sustento en lo que debe ser un principio rector que guíe nuestras acciones como sujetos de derecho y protagonistas de nuestras historias. ¿Cuál es ese principio? Empoderarnos a través del uso de la tecnología en el mejoramiento de nuestras condiciones de existencia y de la sociedad a la que pertenecemos en vez de que sean las TIC’s las que se apoderen de nosotros. Pues si esto último se consolida sólo veremos exacerbados nuestros aspectos individualistas, nos zambulliremos en las aguas de una conducta social esquizofrénica y alcanzaremos la categoría de zombi. Si esto sucediera lograríamos que la distopía (representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana) deje de ser una característica de la ciencia ficción para reflejar la vida social de la humanidad.

Eduardo Peduto
Director del Centro de Protección de Datos Personales de la Defensoría