El arbolado público urbano es uno de los elementos fundamentales del ecosistema de la ciudad. Porque los árboles no sólo embellecen o dan un aspecto más verde, sino que brindan servicios ambientales imprescindibles para la salud humana y el ambiente en general.
Los árboles purifican el aire, ya que absorben componentes gaseosos e interceptan contaminantes sólidos a través de sus hojas. Es decir, convierten en oxígeno al dióxido de carbono, que representa alrededor del 50% del peso total de contaminantes presentes en el aire de una ciudad, y son los encargados de captar partículas como arena, polvo, hollín, cenizas, polen y humo.
También suavizan la velocidad del viento y estabilizan el intercambio de calor entre las distintas superficies urbanas. A su vez, la cobertura arbórea atrae parte de la radiación solar y disminuye la temperatura, lo cual incrementa su capacidad de limpieza del aire, porque la emisión de contaminantes tiende a ceder con la baja de la temperatura.
Los árboles, asimismo, frenan el paso de las ondas sonoras y las dispersan, con la capacidad de disminuir el ruido ambiente de 8 a 10 decibeles por metro de espesor del follaje.
En tanto, obstaculizan el flujo de la lluvia que llega al suelo y reducen la velocidad de la escorrentía en ocasión de tormentas.
El arbolado urbano, además, es un importante territorio de vida para numerosas especies de fauna y flora. Un corredor de árboles es un verdadero reservorio de biodiversidad, fundamental para la salud humana y un ambiente sustentable, como está quedando demostrado con los brotes y epidemias de diversos virus en todo el planeta y sobre todo en las grandes ciudades.
Es necesario, entonces, que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires cuide a los árboles existentes y lleve adelante una activa política pública de incremento permanente del arbolado urbano.