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“El trabajo en América Latina, es un trabajo compartido con hombres, mujeres, indígenas, campesinos, trabajadores. El Premio Nobel lo que hizo fue abrirnos puertas. Por eso fue un instrumento al servicio de los pueblos, no lo recibí como algo personal”
Adolfo Pérez Esquivel es un teorico de la no violencia en América Latina y un activista comprometido que dedico su vida a luchar por la justicia, la paz y la defensa de los derechos humanos. Organizó el Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ) en América Latina y lo creó en Argentina. También participó -junto a otros grandes referentes de los derechos humanos- en el nacimiento del Movimiento Ecuménico Paz y Justicia y posteriormente en la creación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. La dictadura cívico-militar lo secuestró, torturó y encarceló. Fue un sobreviviente de los vuelos de la muerte. En octubre de 1980 fue distinguido con el Premio Nobel de la Paz por su lucha en favor de los derechos humanos. Lo recibió en nombre de los pueblos de América Latina.
Por Silvina Pennella y Alessandra Cutuli
- Usted es reconocido mundialmente como un defensor inclaudicable de los derechos humanos además de ser uno de los principales teóricos de la no violencia en la Argentina. ¿Cuál siente que ha sido su principal motivación en este largo camino que lo condujo desde un conventillo en Chacabuco al 600 a recibir el Premio Nobel de la Paz? Y en ese extenso derrotero transitado, ¿qué referentes sociales y/o políticos han dejado huella en usted y han sido ejemplo e inspiración en su lucha?
Yo nací en un lugar muy pobre, soy hijo de un padre pescador y una madre que prácticamente no conocí, porque murió cuando tenía apenas dos años, una cosa así. Es decir que a mí nadie me enseñó lo que es ser pobre, porque yo fui un pobre. Esa fue mi vivencia durante mi infancia.
Después me crie con los franciscanos y a través de su compromiso social, fui comprendiendo que a los pobres no hay que tenerles lastima, sino que hay ser solidarios. Nadie quiere ser pobre, no tener por lo menos las cosas mínimas, vivir dignamente.
En el barrio de San Telmo donde nací (para mí, Republica de San Telmo, limítrofe con la Republica de La Boca) comencé mi recorrido. Me iba a comer tallarines al estudio Quinquela Martin, ese gran pintor, en La Boca. Yo en ese entonces comenzaba a pintar, a dibujar, a hacer cosas y comer tallarines en su estudio todos los domingos era casi un ritual. Veía la la vida de la gente, pero no era que la veía desde afuera, sino que la veía desde adentro de toda esa vivencia. Y en ese tiempo vendía diarios. Alrededor de la Plaza de Mayo estaban los quioscos de libros, (poca gente recuerda esto). Y yo tomaba un tranvía que me llevaba a la Plaza de Mayo, y había un librero que nunca supe su nombre y él nunca supo el mío. Él era “Don” y yo era “el pibe”. Asi que la relación era esa -“Que tal don, ¿cómo va?”, -“bien, pibe. ¿Vos?, ¿Vendiste todos los diarios?” -“Si, don, ¿Tiene algún libro para mí?”. Entonces un día me dice “tengo un libro para regalarte y otro que me lo pagas cuándo puedas y cómo puedas”, era prácticamente otro regalo. El libro que me regalo era la autobiografía de Mahatma Ghandi y su experiencia con la verdad. Y ahí para mí se me abrió un mundo, porque lo relacione enseguida con San Francisco. Y el otro libro era “La montaña de los siete círculos” de Thomas Merton, un monje trapense que fue el maestro de Ernesto Cardenal; también amigo de Mahatma Ghandi. Un hombre con una espiritualidad muy profunda y yo me acuerdo de algo que pasaba, la autobiografía de Ghandi, la leí y me resultó comprensible, me pareció muy profunda pero muy comprensible. Pero “La montaña de los siete círculos”, no. Era más intelectual, era otra cosa.
Qué edad tenía usted en esa época?
Yo tendría 13 o 14 años, y le dije “no, Don, no entiendo nada!”. Entonces me dio el texto y me dice “tenes que leer una página por día y pensar lo que te dice” y así me fue enseñando a tener un método de la lectura. Que no era cuestión de leer palabras sino comprenderlas. Que es distinto, ¿no? Muchas veces hablo de la palabra que camina, esa que genera conciencia, porque hay una palabra que no camina, que son palabras muertas. Las palabras que tienen una dinámica, que caminan, generan conciencia, entran en la persona y nos cambian. La palabra no es porque sí, ahí lo comprendí. Con una palabra podemos amar y con una palabra podemos destruir, y puede ser tan destructiva como un arma. Y las palabras vacías que no entran en ningún lado es esto. Despúes, claro, cuando crecí y comencé a viajar, conocí a gente maravillosa, muy en el espíritu de Gandhi, en la lucha no violenta. Podría hablar extensamente de esto, pero voy a señalar a dos o tres personas fundamentales. Una, un profeta de América que era el arzobispo de Olinda y Recife, Hélder Câmara; otro fue Antonio Fragoso de la Diocesis de Crateús del Nordeste de Brasil y también el Cardenal Paulo Evaristo Arns. Pero también en la década del ´70 conocí un personaje que uds también conocen llamado Lula, un dirigente sindical. Hablamos mucho con él. Me acuerdo de estar en su casa, tirados en el suelo, conversando. Tengo una foto de esos tiempos, teníamos el pelo negro y ahora se nos cayó. Lula tenía una barba negra larga, hoy es una barba blanca y cortita. Ahí en su casa tomando caipirinha y tocando la guitarra. El comenzaba a pensar en un partido político, el PT, que al final lo logró. Y bueno, muchísima otra gente maravillosa, campesinos, indígenas, comencé a comprender mis ancestros, porque si bien tengo ancestros en Europa también los tengo aquí en la selva misionera, la abuela guaraní, que fue una gran maestra del silencio. Porque era una sabia, y la sabiduría no es de aquel que lee más libros sino de aquel que comprende el sentido profundo de la vida. Yo me acuerdo que a mi abuela le preguntaba, “Abuela, qué vas a hacer cuando seas grande?”. Y la abuela me decía “Te voy a enseñar y explicar la vida de mi pueblo”. Ella era una salvaje, una mujer de la selva -que ahora le llaman ecologista-, era una mujer que convivía con la madre tierra porque era su hija. Cuando yo la acompañaba pensaba que tenía una abuela loca porque hablaba con las plantas, con los animales, y después me convertí, soy yo el que ahora habla con las plantas, con los animales. Y lo que tenía era ese profundo silencio que era una meditación y diría que algo más, era una contemplación. Esto que hoy los místicos, los teólogos hablan todos los días de eso. Ella no necesitaba leer ningún libro, porque lo vivía, tenía esa sabiduría natural de la madre tierra.
Entonces, esos son mis orígenes, mis fuentes. Mi viejo era un pescador, más cerrado, casi no viví con él porque después de la muerte de mi madre fui a parar a asilos de huérfanos. Ahí estuve bastante tiempo con las monjas carmelitas. Mi viejo lo único que hacía era cantar las canciones de los marineros, de los barcos. Y una de esas era mi canción de cuna. Era una canción que dice “junto a mi ventana, una paloma, trátala con cariño, que es mi persona”. Pero era un hombre que no tenía educación…
- Hay una anécdota que tiene relación con su padre, que alguna vez le escuché y y que tiene que ver con esa infancia en el conventillo, el dinero que siempre faltaba, la venta de periódicos para ayudar a la familia, la enfermedad y la ceguera de su padre y un encuentro que trajo -de la mano de una gran mujer como fue Evita- algo de esperanza y de justicia a esa infancia. ¿Qué impacto tuvo ese encuentro en la vida de ese niño?
Evita es para mi una mujer extraordinaria, una mujer que tenía una sensibilidad social increíble. Cuando mi padre enfermó me decidí escribirle una carta. No tenía nada que perder, el “no” ya lo tenía. Me acuerdo que arranque dos hojas del cuaderno -después el cura me quería matar porque era el cuaderno de la escuela- y entonces le mande una carta a Evita. La lleve ahí a la Fundación. La deje en la mesa de entradas y me dije bueno, el no ya lo tengo. Pero a la semana apareció en el conventillo una mujer, muy bonita, elegante. Yo la miraba y no lo podía creer, quien es esta mujer? y me dice “vos le mandaste una carta a la Sra. Evita?” y me mostró la carta, y le digo que sí, y me preguntó si podía hablar con mi padre, y yo le dije que estaba en la habitación y le dije “espere que le enciendo la luz” (para qué quería el viejo la luz si no veía,) y me dice “nos podes dejar solos?”. Bueno, me fui al patio del conventillo, hacia un frio terrible, eso sí me acuerdo porque corría y saltaba, para no sentir frio. A la media hora sale y me dice que le iba a explicar a la señora Evita lo que hablo con mi padre, que me había visto y que esperara 10 o 12 días que iba tener noticias. A la semana, a los 10 días, apareció un hombre que me parecía un general, porque apareció con gorra, uniforme, botones dorados, guantes y me dice “vos sos fulano de tal”?, “yo soy el chofer de la Sra. Evita”. Nos venía a buscar a mí y a mi padre para hacer los trámites para la jubilación”. A los 15 días mi padre estaba jubilado.
— muestra una pintura de Evita en la que estaba trabajando y que va a donar al Museo Evita —
Evita marcó muchas cosas, marcó la dignidad de la mujer, de los jóvenes, el voto femenino. Otro gran personaje que conocí en La Boca y que me también me marcó fue Alfredo Palacios. Palacios me ponía la mano en el hombro y me decía “vamos jovencito” -en ese tiempo yo era jovencito- y yo lo llevaba a su casa en un viejo 4L que tenía..
Después, ingresé en la escuela de Bellas Artes, donde me formé. Luego fui a la Universidad de La Plata, hice el magisterio, el profesorado, pero la actividad artística siempre fue muy importante, porque para mí es una forma de lenguaje. Puedo aportar mucho con eso. Y en América Latina hay muchas obras mías que regalo a los pueblos.
- En octubre de 1980, en plena dictaudra cívico-militar, usted recibía a nombre de los pueblos de América Latina, el Premio Nobel de la Paz. La decisión del Comité Noruego permitió dar mayor visibilidad a las denuncias del exterminio sistemático que estaba ejectuando la dictadura y le propinó un duro golpe a su ya deteriorada imagen internacional. Muchos años después, con la desclasificación de los archivos del Departamento de Estado de EEUU, pudimos conocer los intentos de la dictadura de boicotear esa premiación (intentos que llegaron incluso a un atentado fallido contra su vida); así como supimos de la complicidad de la prensa hegemónica argentina y la reacción de la Embajada de EEUU ante lo que entonces se llamó “la bomba Nobel”. Hoy, cuarenta (40) años después, ¿cuál es la evaluación que hace de ese momento histórico y del impacto político que tuvo?
La dictadura estaba en todo América Latina a través de la doctrina de la seguridad nacional. Yo estaba trabajando en el Servicio de Paz y Justicia -que lo habíamos formado en el año 74 en Medellin- en el Seminario Mayor de Medellin, donde estaba Leonidas Proaño, el obispo de los indios del Ecuador y muchos otros-. En ese tiempo, tuvimos un incidente muy grande ya que fuimos presos con 14 obispos latinoamericanos y 4 norteamericanos. Después regrese al país, y el 4 de abril de 1977 me aprehendieron. Pase por la tortura, los vuelos de la muerte, pero la solidaridad internacional salvó mi vida. Cuando recibí el Premio Nobel, lógicamente, lo primero que dije fue que no lo asumía a título personal sino a nombre de los pueblos latinoamericanos, de los hombres, mujeres, religiosos, laicos y dirigentes sindicales que trabajaban y luchaban todos los días. Hasta hoy sigo pensando lo mismo. La medalla y el diploma las entregué en custodia a la Universidad de Buenos Aires. En la antigua sede nuestra de la calle México y Bolívar se constituyó -con la presencia del Presidente de la Nación- la Casa de los Premios Nobel Latinoamericanos. Asi que todo eso no me pertenece, pertenece a los pueblos y hay que devolvérselo al pueblo, que deben ser sus custodios, y a las nuevas generaciones.
Me anunciaron que iba a recibir el Premio Nobel el día 13 de octubre y el 15 intentaron asesinarme. El coche en que viajaba fue avanzado por otro auto con gente con armas y le digo al conductor “mira, acelera que nos matan”. En ese momento, se cruza atrás del coche un taxi y por eso no nos pueden disparar, por eso nos salvamos. Después de eso nos vino a ver el Nano Joan Manuel Serrat; también Joan Baez, esa gran cantante que con Bob Dylan se oponen a la guerra de Vietnam. En fin, el trabajo en América Latina, es un trabajo compartido con hombres, mujeres, indígenas, campesinos, trabajadores. El Premio Nobel lo que hizo fue abrirnos puertas a las que antes no llegábamos, y por eso para mí el Premio Nobel fue un instrumento al servicio de los pueblos, no lo recibí como algo personal. Y si no es eso, es un dolor de cabeza. Yo mi trabajo lo haría con o sin Premio Nobel. Llevo 50 años caminando por América Latina, metiéndome en las favelas, en los tugurios, en las villas miseria, en todos los lugares donde hay necesidades; pero donde también hay mucha capacidad de resistencia y de esperanza. Por eso digo, a los pobres no hay que tenerles lastima, hay que ser solidarios con los pobres. Muchas veces ven un chico en la calle y ya se acostumbraron tanto que se les cerró la mente y el corazón. El Che tenía una frase muy importante que decía “en todo esto hay que ser duro como el acero sin perder la ternura”. Y por eso nosotros trabajamos con los jóvenes, tenemos las aldeas de jóvenes, les damos capacitación laboral. Y ahora en esta pandemia, va la gente -los compañeros y compañeras- a repartir los bolsones de comida para ayudar a las familias. Pero esto no resuelve, el problema es que es un problema estructural. Una cosa es la asistencia, que en un momento determinado es importante, pero no el asistencialismo, que es perjudicial porque genera dependencia. Y nosotros lo que buscamos es la toma de conciencia y la capacidad de ser hombres y mujeres libres. Es otra forma de pensamiento totalmente distinta.
- Como mencionaba hace un rato, usted ha sido una víctima directa de la dictadura cívico-militar argentina: es un sobreviviente de los vuelos de la muerte y sufrió persecuciones, secuestros, torturas y la privación de su libertad. También ha sido un actor protagónico del proceso de Memoria, Verdad y Justicia que ha permitido juzgar y condenar a muchos de los responsables de los crímenes de lesa humanidad y por el cual nuestro país es admirado y puesto como ejemplo en todo el mundo. Si bien los avances en la materia han sido enormes, también es cierto que nos queda un largo camino por recorrer. ¿Cuáles son para usted los principales desafíos que tenemos por delante?
Primero tenemos que comprender que DDHH y democracia son valores indivisibles. Que la democracia no se regala, la democracia se construye. Y se construye con la participación del pueblo. Me acuerdo de un amigo en Paris llamado Julio Cortazar, en el año 81, en el exilio argentino, donde también estaba Jorge Taiana, Hipólito Yrigoyen, Eduardo Duhalde, y muchísimos otros. En el senado de Francia del ´81, en el mes de Febrero creo, se hizo un coloquio sobre la desaparición de personas y este fue un gran aporte de los argentinos, tanto en el exilio como en el país. Porque no había una figura jurídica de la desaparición de personas y ahí participaron muchísimos juristas de todas partes del mundo. Yo la presidí junto con Julio Cortazar y ahí se definió en esos días de trabajo cual es la figura del desaparecido. Y es secuestro y desaparición forzada e involuntaria de personas. Eso lo elevamos a las Naciones Unidas y a partir de eso formaron la Comisión de Desaparición de Personas, porque no había figura jurídica. La Argentina hizo muchísimo, por ejemplo el juicio a las tres Primeras Juntas, los juicios que continúan hasta el día de hoy a través de la justicia ordinaria, la justicia federal y no de los tribunales ad-hoc como fue el de Nuremberg, Tokio, los Balcanes, que se constituyeron tribunales para una función específica y luego se disuelven. En Argentina no, hay una marca del derecho de verdad y justicia; y en esto estamos empeñados, trabajando en los archivos; soy presidente de la Comisión Provincial por la Memoria de la Provincia de Buenos Aires, y de los archivos surgen los elementos que después piden los jueces, entonces es un trabajo de investigación, de militancia, pero también educativo. La educación como práctica de la libertad. Participé en muchas cosas con ese gran educador que fue Paulo Freire. Era un sabio, siempre con la mirada puesta en la toma de conciencia critica, en los valores. El publica esa obra extraordinaria que es “Pedagogía del Oprimido”, la educación como práctica de la libertad. Yo, como educador, aprendí mucho esto del educador educando y el educando educador, porque nos educamos juntos, construimos, participamos y no solo en las universidades y en las escuelas, sino en las reuniones fraternas, en las comunidades, tenemos que estar abiertos a escuchar, al diálogo, porque es la forma de abrir las puertas y ventanas para que entre la luz. Esto uno lo va aprendiendo en el camino. Yo lo puedo contar porque estoy aquí gracias a la solidaridad internacional, no me mataron. Sobreviví. Soy como los gatos, tengo 7 vidas. Pero uno tiene que poner la fuerza, el acento en la construcción. En el Foro Social Mundial en Porto Alegre decíamos: otro mundo es posible, y no hay que perder la esperanza, no quedarnos en el derrotismo, no perder la capacidad de sonreírle a la vida. Esto es fundamental.
- Los movimientos feministas han demostrado -en el país y en la región- una enorme fuerza y capacidad de organización y de movilización en la denuncia y lucha contra las violencias y las múltiples formas y rostros de la opresión patriarcal. Pensando en la emergencia de estos nuevos actores sociales y políticos y en estas nuevas, potentes y dinámicas formas de participación, lucha y resistencia, ¿cuál considera que es el principal aporte que hacen los movimientos de mujeres y diversidades en el contexto actual de América Latina?
Sobre los movimientos de mujeres hablo desde hace muchísimos años, cuando muy poca gente hablaba, y siempre lo asemejo a los ríos subterráneos. Esos ríos que están, que tienen fuerza pero que en un momento salen a la superficie y cuando salen arrastran las cosas buenas y de las otras, hasta que después se van decantando y van tomando su cauce. Y asemejo esto a los movimientos de mujeres porque las mujeres conquistaron espacios, no con las armas sino con el pensamiento y con el corazón. Están presentes en la vida cotidiana. Hoy, si hablamos de educación, la mayoría son educadoras, si hablamos del campo de la ciencia, de la cultura, hay mujeres extraordinarias en todos esos ámbitos. Yo he conocido y conozco muchísimas mujeres, por ejemplo, en el Movimiento de Tierras de Brasil, en el Movimiento Indígena de Perú, de Guatemala -ahí está Rigoberta Menchú Tum-, pero también en EE.UU, en todos los lugares. Los movimientos de mujeres tienen otra sensibilidad, otra mirada de la vida. Creo que la presencia y lucha de las mujeres va generando cambios en la sociedad, no hay sociedad estática. Toda sociedad tiene una dinámica permanente de transformación social, como el universo, como el planeta. Estamos en un proceso de evolución y el ser humano también va evolucionando a través del tiempo y cada vez de modo más acelerado, porque las tecnologías nos desafían.
El otro día estaba leyendo Canto Cósmico de Ernesto Cardenal y estoy escribiendo sobre eso. Cuando Ernesto venía a Buenos Aires nos trenzábamos en discusiones larguísimas que nosterminaban echando de los restaurantes a las 2 o 3 de la mañana. Y la seguíamos en una plaza. Pero estaba presente ese sentido profundo de la palabra. Si entendemos la energía de la palabra tenemos la capacidad de cambiar muchas cosas y fundamentalmente cambiar cada una y cada uno de nosotros.
- Finalmente, las democracias en América Latina han sufrido un fuerte asedio de las fuerzas de derecha que accedieron al poder por vías electorales, golpes “blandos” o golpes de estado clásicos -como ha sido el caso de Bolivia con Añez- y que son herederas de los procesos dictatoriales que asolaron el continente en décadas pasadas. ¿Le preocupa particularmente esta situación? ¿Cuáles considera que son -en estos contextos- los mayores desafíos que nuestras democracias tienen por delante?
Estamos trabajando sobre eso. Ya señalé lo que fue la doctrina de la seguridad nacional. EE.UU no quiere dejar el continente, tiene muchos intereses. E impone sus intereses por las buenas o por las malas. A algunos que ha domesticado -como se domestica un pichicho para sus intereses- después de que los utilizo, los tiró. Y esto lo podemos ver no solo aquí, en América Latina, sino también en otros continentes como pasó con Sadam Husein o con Noriega en Panamá y muchos otros. Creo que lo importante es la unidad de los pueblos en la diversidad, porque no todos pensamos lo mismo, pero todos podemos tener objetivos claros hacia dónde vamos y qué queremos. Estamos actualmente en una situación muy difícil en toda América Latina con los golpes de estado encubiertos a través de la lawfare.
A Evo lo conozco desde hace muchos años, hemos militado juntos y es un hombre que cambió totalmente Bolivia, siendo un aymara, un país pluricultural lingüístico. Y lo que hizo Evo fue recuperar la soberanía. La soberanía no es solo una palabra bonita, significa que el pueblo es el dueño de los bienes y recursos de su tierra.
Y por eso, el golpe de estado. Ahí está este hombre Almagro, a quien hay que pedirle la renuncia porque está haciendo un daño enorme a la Organización de Estados Americanos. No puede ser! Es una ofensa! Ahora voy a escribir sobre eso, sobre Almagro, pidiendo ya su renuncia, porque no se puede dañar así. Tenemos democracias débiles, pero la única forma de fortalecer esta democracia es la unidad de los pueblos en la diversidad.