Así hemos tenido que adaptarnos a una realidad cambiante y llena de incertidumbres durante al menos dos años. Los mecanismos de adaptación al estrés que generan las condiciones de incertidumbre sostenida en el tiempo tienen un alto costo para todos y todas. El organismo genera una respuesta de hiperalerta, mediada por hormonas. En consecuencia, aumenta la atención involuntaria y es común exaltarse con cualquier ruido, se altera el sueño, más aún en las etapas de ASPO y DISPO, sentimos ira y enojo, angustia, inquietud, ansiedades. Este aumento de la atención involuntaria es a expensas de la disminución de la atención voluntaria, nos cuesta concentrarnos, la memoria está disminuida, se produce lo que los especialistas dieron en llamar “el cansancio pandémico”. Algunas personas están ansiosas por volver a todas las actividades que hacían antes de la pandemia y otras con temor, se recluyen en lo que dio en llamarse “síndrome de la caverna”.
Esperamos con ansiedad que surja la “nueva normalidad” pero eso es una construcción colectiva que haremos entre todos y todas, desarrollando espacios de cuidados que contemple un escenario que va ajustándose sobre el presente en el que se vislumbra el final de una etapa inédita en la historia.